Con delicadeza, me sumerjo en el enigma de las diminutas burbujas, como si ellas fueran pesadas piedras en el fondo abismal del agua en sosiego. Sin expectativas, observo su transición suave y sigilosa, un ritual sin prisas, sin urgencias.

Las primeras burbujas despiertan, como ojos de un pez curioso, asomándose a la superficie con calma, como exploradores de un reino secreto. No buscan el alboroto, sino el deleite en lo imperceptible.

Afinando los sentidos, percibo el sutil susurro del agua, un cántico que se inicia al ascender.

Como hilos de una delicada madeja, surgen pompas idénticas, como un collar de perlas, cada una especial en su perfección, juntas formando una sinfonía.

En el próximo acto, solo aguardo percibir el disfrute al contemplar la cascada de vapores puros cuando inunden la taza. Un reposo mental en la paleta de aromas que se desplegará en la infusión del té.