En una tarde envuelta en el aroma del té y los recuerdos que se entrelazan como hilos dorados, deseo compartir una historia que se remonta a muchos, muchos años atrás, a mis días de escuela primaria. Fue entonces, en el séptimo grado, cuando la adorable señora de Sebey, mi maestra, organizó un concurso de composición, como solía llamarse en aquellos tiempos.
Como cualquier otro niño, yo escribí mi composición y, junto con mis compañeros, aguardé con ansias el veredicto. Pasaron días llenos de expectación hasta que finalmente se anunció el ganador. En un solemne acto en la escuela, se reveló mi nombre como el afortunado vencedor. La sorpresa fue inmensa, ya que jamás había imaginado que mi humilde escrito podría ser el elegido. Aquel día, en el escenario de la escuela, tuve el honor de recibir mi primer premio, un libro que atesoro con cariño hasta el día de hoy, un libro que ha vivido innumerables años, “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry.
En el rincón de mi infancia, me sumergí en sus páginas y encontré un pasaje que ha permanecido grabado en mi corazón desde entonces:
“Pero sucedió que el principito había caminado largo tiempo a través de arena, de roca y de nieve.
− Buenos días, dijo en un jardín florido de rosas.
− Buenos días, dijeron las rosas.
El principito las miró, todas se parecían a su flor.
− ¿Quiénes sois?, les preguntó estupefacto.
− Somos rosas, dijeron las rosas.
− Ahhh, dijo el principito y se sintió muy desdichado, su flor le había contado que era la única de su especie en el universo y he aquí que había más de cinco mil, todas semejantes en un solo jardín.
Volvió el principito a hablar con el zorro porque tenía que despedirse.
− Adiós, dijo el principito
− Adiós, dijo el zorro, he aquí mi secreto, es muy simple; no se ve bien, sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.
− Lo esencial es invisible a los ojos, repitió el principito a fin de acordarse.
− El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea la más importante.”
Esta historia del Principito nos recuerda que el corazón es el único que observa las cosas y que lo esencial no se ve con los ojos.
Por eso, el tiempo que dedicamos a lo que amamos y valoramos en la vida es lo que hace que esas cosas se conviertan en las más importantes. En sus 80 años, El Principito sigue siendo un niño en nuestros corazones, un recordatorio de las lecciones eternas que nos regala la literatura y la vida misma.
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