Al abrir la puerta oí el viento silbar en la ventana. Rayos de sol deslizaron, en avance, su tibieza sobre el pentagrama de madera dibujado en el piso. Los patines tejidos, dormidos durante el silencioso invierno, despertaron con el tintineo de las llaves de ingreso.
Pude ver que, del balcón, curiosos, asomaban espejismos de un verano aún sin planes ni conciertos. Las navidades, sin apuro, esperaban sentaditas vibrando en din din don, bajo el pino limonero.
Un tablero de madera lucía relajado sobre el pie de una añosa singer que hoy no produce bordados. Juntos, ahora devenidos en escritorio vintage, equilibrados, férreamente sostenían una lámpara de ideas luminosas que aguardaban encenderse y cobrar vuelo. Desde la notebook, que ocupaba sobre él un gran espacio, una diminuta lucecita verde claro, con guiños insistentes intentaba entrar en charla. A su lado, el marco aún sin fotos, miraba de reojo; pretendía intimidarla. Les dediqué unos segundos en blanco, gris y verde esperanza; hasta sosegar cualquier intento de apurar los versos libres, del sentir, de un testigo inesperado que podría habitar la madrugada.
Al abrir el placard mis manos recorrieron los estantes donde guardaré mis pasos sin tropiezos, las perchas desnudas que vestirán mis días, los cajones famélicos de alivio a los dolores del alma.
El reflejo de sueños templados colgaba de un espejo, lucía lánguido, aunque por sus tonos naranja y rojos presentí, que los sueños lejos del desanimado reflejo, podrían ser traviesos.
En reposo, cubriendo la espalda del sillón de lilas, aguardaba la manta, azul desteñido que abrigó sabiduría envasada en una abuela, la hice mía, y con ella cubrí las raíces de mis creencias.
Almohadones indisciplinados, como tréboles en el jardín, desde los pies de la cama sonrieron cuando, sobre ellos, apoyé mis brazos. Confundidos creyeron ver la flor que seduce a los insectos del verano. Sentí ternura al verlos ansiosos y ciegos de quimeras. Al oído les dije: no soy la flor; soy tan solo una ráfaga de viento donde viajan los perfumes descalzos sin dejar huellas.
Cerré los ojos al tiempo, envuelta en mi cuarto sin recuerdos.
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