Desde lejos lo estudia, en su mente lo sopesa, en calma respira quieta. Se acerca. De
súbito se detiene, vuelve sobre sus pasos. Desde una menor distancia lo mira. Se
oculta entre las sombras, descubre un atajo. Avanza deprisa. Suaviza el andar, se
acerca sigilosa. Da un salto repentino, acorta la distancia. Retoma el ritmo avanzando
y retrocediendo como si de un ritual se tratara. El canto del enamorado acompaña el
baile de anticipación y tensión que la mantiene alerta. Va y viene, prolongando la
espera y su deleite.
Son las cinco de la mañana y logra su objetivo. Con maestría lo envuelve, casi con
ternura contempla y admira la escena, dejándolo solo en su agonía al silencio de los
astros en despedida que, desde lo alto, observan el sigilo de la araña que ha trabajado
largas horas para capturar un gran grillo como presa.
